lunes, 15 de septiembre de 2014

"Exaltación de la Santa Cruz"

Hoy es un día grande: es una fiesta de la Iglesia en la que recordamos otro día grande dedicado a la Cruz, el Viernes Santo; hoy es la Fiesta de la Exaltación de la Cruz.
Hoy me he quedado sorprendida con las palabras del Evangelio: “Tanto amó Dios al mundo…” y también esta otra: “Nadie ha subido sino el que bajó”.
Cuando éramos pequeñas, en las farmacias de abolengo de Talavera exhibían en el stand frascos de cerámica en blanco y azul (porque estábamos en Talavera) en los que había una serpiente, o un mástil rodeado por una serpiente, y en algunas otras había una cruz y una serpiente rodeándola. Creo que esto para todos, cuando éramos niños, nos ofrecía una interrogante: ¿Por qué hay serpientes en estos frascos? Y además: ¡en todos! Porque si hubiera en uno una serpiente, en otro un león, en otro un búfalo, es decir, distintas imágenes… Pero no era así, sino que siempre era la serpiente. ¿Por qué había una serpiente? Es realmente muy contradictorio que en un sitio en el que te van a curar, haya una serpiente.
Cuando escuché la historia de Esculapio, a mí me llamó mucho la atención. Era este dios griego que era el único dios herido. Tenía unas heridas y de esas heridas rezumaba un néctar. Todo aquel que estuviera enfermo, al tocar ese líquido, quedaba sano. Tanto es así, que existían en la antigua Grecia, en la zona del Peloponeso, muy ocultos en la espesura, en lugares muy altos y rocosos, templos muy pequeñitos en los que estaba la figura del pequeño Esculapio, y la gente llevaba sus ofrendas, las dejaba para curarse, y curarse de enfermedades que ahora mismo conocemos pero que entonces eran terribles y no había antídoto. Curiosamente, la leyenda contaba que bastaba con tocarle a él y, sobre todo, con mancharse de su efluvio para curarse. En el templo, a los grandes enfermos los encapsulaban con ramas de hojas y los ingresaban en habitaciones llenas de serpientes, porque creían que una de las serpientes tenía el antídoto para su enfermedad. Esta era la práctica en los templos de Esculapio.
En la Primera Lectura aparece otra práctica con serpientes que es justamente la del pueblo de Israel; que cuando son picados por la serpiente, Yahvé les dice que hagan un estandarte con una serpiente de bronce. Esta es la historia de la esperanza: el hombre ha sentido que en su enfermedad alguien debía llegar a curarle, alguien tendría que tener el antídoto. Lo curioso es que en esta historia de esperanza el antídoto era igual de paradójico que en la historia de Israel, porque lo que nos cuenta justamente el Evangelio es que la historia de la esperanza se logra y se cumple gracias a una historia de amor entre Dios y el hombre: “Tanto amó Dios al mundo…”
Tanto amó Dios al mundo que no había otra esperanza sino que el mismo Dios del seno de la Trinidad bajara, para que subido en una cruz como la serpiente aquella de bronce, hiciera que esa humanidad querida se elevara, se levantara otra vez.
Tanto amó Dios al mundo que le amó hasta el extremo, y el extremo fue la cruz. Por lo tanto, ¡Oh cruz!, ¡O crux! Ave, spes unica! como decían los Padres, como dice Pablo: la única esperanza!
Se juntas dos historias, se juntan dos caminos: la larga y dolorosa y valiente esperanza resistente del hombre que siempre ha pedido un médico desde toda la eternidad, desde todas las civilizaciones… “Alguien tiene que poder curarme.” Esa resistente esperanza se logra, se culmina justamente en una resistente historia de amor de Dios con el hombre que tanto le ama que le cura con el antídoto de la serpiente subida a la cruz, haciéndose Él mismo el mal, el antídoto.
Cuando después de todo esto tú miras a Cristo y realmente mirándolo te das cuenta de cuántas veces te cura y aun sin mirarlo, sabes que por ahí pasa tu curación. Todas las victorias son historias de esperanza que anunciaban algo: esta es la realidad.
Pues hoy lo que tenemos que hacer es festejar esa realidad. Hoy es el día de la fiesta del amor de Dios que tanto nos ama que deja la Trinidad y baja; que tanto nos ama que se abaja hasta ser alzado y tanto nos ama que arrastra a toda la humanidad venciendo al pecado y a la muerte.
Hoy, por lo tanto, es un día de fiesta muy grande. El Viernes Santo no lo vivimos así, lo vivimos con mucho cariño pero lo vivimos y lo queremos vivir con los discípulos que pierden. Nosotros hoy no perdemos, porque este es el Cordero que entra en el Paraíso, hoy es el día en el que podemos decir: hoy es un día grande; sabemos por qué estás ahí en una cruz, lo sabemos!
Yo os pido que esto sea una realidad en nuestra vida, que esto lo vivamos a fondo. Este es el camino y lo que vino a decirnos la Cruz es que la muerte ya no tiene la última palabra. La cruz es un paso - como dice Melitón de Sardes, y como se lee el Viernes Santo en el Oficio de Lectura y que se nos ha grabado en el corazón - esto es un paso que hay que pasar.

Vamos a contemplar a este Esculapio, a esta serpiente de bronce, a este Cristo amado también por nosotros hasta el extremo.

"Exaltación de la Santa Cruz"
Madre Prado. Monasterio de la Conversión
Transcripción del comentario al evangelio en la mañana del domingo.

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