domingo, 14 de diciembre de 2014

Domingo Gaudete

Hoy es Domingo Gaudete. En plena cuaresma también hay un Domingo parecido pero, mientras que en Adviento el Domingo de la Alegría es un aviso de que está más cerca el Día que esperamos, es como un anuncio de lo que está al llegar, sin embargo en Cuaresma es el Domingo de “respiro” de la intensa purificación y camino de conversión hasta la Pascua, un Domingo en el que en medio de la lucha hay un descanso para recuperar las fuerzas, el ánimo, recordar nuestra redención del pecado y del mal.
Desde este Domingo Guadete las dos figuras del Adviento se nos hacen más presentes. Juan y María van mostrando el camino hacia el cumplimiento de la Promesa antigua, de las palabras proféticas de Isaías: se restaurará la armonía primera, perdida, el equilibrio en el bien, se reconciliará todo en el Niño que nacerá, que meterá la mano en la hura del áspid, el que hará que cordero y león duerman en el mismo lecho, descansen juntos (Is 11, 1-10). Esos días de paz llegarán.
María y Juan muestran con sus propias vidas el paso previo a esa bonanza: que el hombre reconozca quién es Dios y quién es él, que acepte con humildad su ser de criatura y deje ídolos, se convierta, hasta adorar solo a su Dios como Señor de su vida. Los dos, María y Juan, darán la clave. Juan aceptará que el que estaba detrás de él se ponga en su sitio, delante, y le servirá como siervos indignos incluso de desatarle el cordel de su sandalia. María dirá palabras semejante y vivirá ese mismo estado de criatura ante su Dios y Señor. “He aquí la sierva del Señor. Hágase en mí según tu palabra”. María cantará reconociendo que Él ha mirado la humildad de su sierva y le ha complacido hasta el punto de elegirla para la misión de ser su madre.
Se llegará a la reconciliación perdida (Eclo 48, 9-11), a la armonía y a la paz, al mundo nuevo, al hombre nuevo, cuando éste reconozca que él es la criatura y Dios es su Señor. De ahí brotará la alegría perfecta. Una unión con Dios como una alianza esponsal (Is 61, 10-11). Es lo que hoy celebramos, el motivo de nuestra alegría. Todo está en su sitio (apokatastèsei), todo en su orden. María y Juan nos enseñan a ello, a preparar el camino al Señor, nuestro seno, nuestro interior, para que Él venga a ocupar su puesto en medio del cosmos, del mundo, de nuestra vida, como el Señor y Dios nuestro.
Os invito a todos a vivir este tiempo de modo apremiante: Él está muy cerca, apresurémonos a vivir como Juan y María: no somos nosotros los dueños de la vida, digamos con ellos “Soy tuyo/a, Soy tu siervo/a. Hágase en mí según tu quieras” y demos, como Juan, un paso hacia atrás para que Él se ponga delante de nosotros en el camino.


martes, 11 de noviembre de 2014

Semana XXXII - Tiempo ordinario

Evangelio según San Juan (2,13-22)
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» 
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

- - - - - - - - 

Hoy se nos habla en el evangelio de tres casas: la primera es la casa de Dios y esta a su vez reúne también otras casas, como nos dice el comentario tan bonito que encontramos en el Magníficat; pero además está la casa del pueblo y la casa de la Iglesia. Una es la casa donde nos reunimos, que es la imagen de Dios pero que es también la imagen del hombre redimido. Otra es la casa de la Iglesia y otra es la casa donde va a morar Dios en el hombre y que es el propio hombre como nos lo recuerda Pablo: “Todos somos templos de Dios”. Ese otro templo, esa otra casa es el cuerpo del Hijo del hombre que se constituye como templo. Estas son las tres casas que tenemos que contemplar.

La reacción que tiene Jesús está interpretada por los evangelistas como el celo por la casa del Padre. Es ese celo por el lugar que Dios habita que es el templo de Jerusalén, lo físico, lo que se ve que está invadido por los mercaderes. Por otra parte, también era normal que estuvieran porque era la Pascua judía y tenían que vender y cambiar para obtener el dinero que se tiene que dar al templo. Había animales porque había que hacer las purificaciones justamente comprando animales. Por lo tanto, ¿qué es lo que pasa para que Jesús se ponga así? ¿Por qué vemos esa violencia que los evangelistas justifican como celo?

Pues justamente nos encontramos con esta violencia necesaria porque el templo se había convertido en la cosa que lo había invadido. Jesús se queja de que el templo se había convertido no en un lugar de adoración y de oración sino en un lugar de compra y venta. Es decir, había habido un cambio absoluto y eso puede pasar también en este templo nuestro que es el templo donde Dios habita.

La primera cosa que quería decir es que cuando esto sucede - porque a veces en este templo nuestro también tenemos muchos mercados mucho lío y poca adoración, y al que habita lo tenemos secuestrado o le hemos tapado y olvidado con todas esas cosas que hemos ido metiendo en este templo - entonces ¿nosotros tenemos esta actitud también tan seria con este templo?

Porque lo que nos revela este evangelio es que el Señor no va a pactar con que el templo, la casa del Padre se convierta en una casa de todo lo contrario a lo que es; con eso no pacta y eso se ve claro. Pero ¿nosotros pactamos? ¿Cuántas veces este templo que somos nosotros mismos lo convertimos en otra cosa y nos quedamos tan tranquilos? O por el contrario ¿nos hemos tomado muy en serio esta inhabitación del Señor en cada uno de nosotros y en los hermanos? Y eso ¿lo trabajamos, lo luchamos? ¿Somos capaces de coger esas riendas de animales que dice que coge y fustigarnos para que este templo de Dios sea templo de Dios y no otra cosa? ¿Esa violencia que vemos en el Hijo del hombre la realizamos también en este templo? Porque a lo mejor cuando yo leo este capítulo pienso: ¡qué barbaridad! ¡Cómo se pone, mira que ponerse así…!

Pero nos pasa que a veces nos vamos haciendo tan blanditos con todo, empezando por nosotros mismos… Tanto así, que todo acto de violencia, aunque a veces sea sana y necesaria, ya nos resulta excesivo. A lo mejor necesitamos también utilizar con nosotros mismos una violencia. El reino de los cielos será de violentos, y esto nos llama la atención y nos preguntamos: ¿pero no era de los pacíficos? De los violentos quiere decir que hablamos de aquellos que no pactan con el mal, de aquellos que no van a pactar con la envidia, no van a pactar con el odio, no van a pactar con tantas y tantas cosas que a veces invaden nuestro corazón y que no nos dejan albergar al verdadero Dios y terminamos adorando a otros dioses. ¡No voy a pactar con la comodidad, ni con la ambición! Nosotros ¿hacemos esa violencia? Y no me estoy refiriendo a coger ahora como se hacía antiguamente un látigo, no me refiero a esa violencia sino a la violencia interior donde doblegamos este YO a veces tan ambicioso, tan cómodo, tan flojo que nos hace muy mundanos; que estamos en medio de todas las situaciones y que en ellas nos encontramos que estamos a gusto con este YO al centro. Esta imagen de Jesús que impacta mucho y que a veces nos hace ponerle en interrogante y cuestionarnos: Pero bueno, Jesús, nosotros nunca te vimos así; y nosotros ¿nos vemos así alguna vez contra nosotros? Porque sé que con los otros lo podemos hacer, con los otros no hay problema para hacerlo, pero con nosotros a veces somos más benévolos y tenemos más justificaciones. Las justificaciones de los otros no las conocemos y pocas veces nos preguntamos, pero con nosotros hay un diálogo tan reconocible que no es raro que no haya ninguna violencia.

Yo os propongo que hoy esta imagen de Jesús la incorporemos en nosotros y digamos: A ver, ¡basta ya que siempre te defiendes a ti mismo y a ti misma! Vamos a ponerte un poquito en entredicho porque siempre te sales con tu razón y siempre tú tienes la razón de todas tus actitudes que quedan plenamente justificadas: mi mal genio, el malestar, la cara que pones a alguien que no te ha satisfecho, el no sé qué… y todo queda justificado.

Bueno, pues vamos a ponernos en entredicho. Vamos a ver la imagen de Jesús, y recordar que de vez en cuando me hace falta a mí también meterme en un poquito de violencia contra mí mismo y ponerme en entredicho; porque ¡ya está bien! ¡No tienes siempre la razón ¡No actúas siempre bien! ¡Esto, merece que lo revises! ¡Sé un poquito más serio!

Yo creo que nos viene bien a veces ser violento con nosotros mismos. No sé si os ha pasado alguna vez que contra nosotros mismos hemos tenido que dar un golpe en la mesa y hemos dicho: ¡Se terminó! Ya está bien! A lo mejor no te ha visto nadie ni le has dado en la mesa de ninguna parte, pero tú interiormente te has dicho: ¡Hasta aquí! Pero bueno, vamos a ver, ¿hasta cuándo voy a ser yo quien mande en esta vida? Atended un poco a esta sana violencia.

Y por último, el texto es muy bonito porque los discípulos interpretan que Jesús está hablando de su propio cuerpo, esta casa de Dios, este cuerpo suyo que va a ser destrozado y luego va a ser invadido por la fuerza del Espíritu que le va a volver a levantar en tres días. Contemplad también lo que hacemos con el cuerpo de Cristo, contemplad lo que este mundo está haciendo con el cuerpo de Cristo en sus mártires, en todo medio Oriente que están muriendo cristianos por defender la fe, contemplad lo que se hace con el cuerpo de Cristo en nuestro ambiente, esta vida fácil que llevamos donde el cuerpo de Cristo no es tenido en cuenta y que está cada vez crucificado. Vamos a atender a este cuerpo que es el nuestro y coger las riendas y con compasión, con misericordia contemplar el cuerpo de Cristo que está hoy también invadido de mercaderes y que en algunos pueblos los están matando en grupo.



Hoy es un día grande, es el día de la dedicación de la Basílica de Letrán, la primera de las basílicas, la madre de todas las basílicas, donde estuvo el Papa antes del Vaticano en la colina Lateranense. Vamos a concentrar la mirada y pedir también por el Papa, por la Iglesia universal por esta Iglesia a la que el Señor le prometió que nada la podrá derrotar.

martes, 28 de octubre de 2014

Comentario al Envangelio

Comentario al Evangelio.  Semana XXX del tiempo ordinario

La palabra de hoy es un evangelio que para nosotros los cristianos es la clave de todo, la clave de bóveda sobre la que se va a apoyar todo el arco.
Cuando le preguntan a Jesús cuál es el precepto fundamental de la ley, Jesús responde con el precepto fundamental  de la ley. Había tantísimos preceptos que podría haber escogido cualquier otro, pero coge este y esto ya es una elección designadora. Este es entre todos el primero: “Amarás a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo”. Este es un precepto muy parecido a otros que en el mundo oriental y en otras civilizaciones ya existían en el tiempo de Jesús, es decir esto no era lo nuevo.
Lo nuevo lo vamos a escuchar un poquito más tarde y con otras preguntas, otras cuestiones y con otros intereses, donde Jesús va a desplegar realmente cuál es el precepto de la nueva ley. Este precepto es cojo, porque si amáramos al prójimo como yo me amo a mí mismo no sabría amar; si la referencia es como yo me amo a mí, es un amor muy limitado, porque yo sé cómo me amo a mí. Si todos los que estamos aquí miramos ese amor de cómo me amo a mí sin duda diríamos: “No, este no puede ser el modelo, de ninguna de las maneras puede ser el modelo, porque yo a veces no encuentro motivos para amarme porque yo por mí mismo no puedo encontrar las razones ni siquiera para salvarme de muchas acciones mías cometidas en mi vida. No soy el modelo, la referencia no es esa.”
En este evangelio Jesús lo deja muy claro el mayor precepto de la ley: Amarás al Señor por encima de todas las cosas y amarás al otro como yo te he amado.
El punto de comparación es distinto: no es como yo me amo a mí, como yo te amo a ti sino que a partir de ahora, como Él me ha amado a mí intentaré amarte a ti. La referencia ha cambiado totalmente, el punto de comparación ya es otro pero además hay una clave fundamental ¿Y si yo no he conocido ese amor? ¿Y si yo no he creído en él? Por eso encontramos que San Juan la clave del amor la pone en estas palabras: “Hemos creído  en el amor” porque cuando uno tiene experiencia de que le han amado a él con un amor como el de Jesús, pleno, total, infinito, incondicional, esa sí que es la clave de bóveda, ese amor te capacita para amar. ¡Haber creído en ese amor!
Dice San Juan ‘haber creído’ porque el Señor nos ama pero ¿y si yo no lo creo? ¿Y si yo me empeño en no creerme ese amor? No podré amar, me he incapacitado para amar y San Juan con esa sabiduría que tiene da en la clave cuando dice: Es que nosotros hemos creído en el amor que Dios nos tiene y por eso podemos amar.
A veces empezamos a amarnos cuando alguien nos dice: te quiero. A veces decimos: yo creo que soy un desastre, pero si alguien que me quiere me dice ‘te quiero’, me provoca lágrimas, me hace pensar que posiblemente sea como la otra persona dice, empiezo a cuestionarme mi falta de amor a mí y digo: el amor que me viene de un Tú, de otro, es el único que puede ratificar mi Yo en la vida, porque yo no tengo a veces posibilidades de llegar a la verdad.
Pues que será cuando yo he conocido el amor de Dios y el amor de Dios me ha nombrado por mi nombre, me ha elegido, me ha revestido, me ama constantemente, me lo dice, me acompaña con ese amor. Evidentemente si yo creo en ese amor, ese amor me capacita para amar.
Confiad en el amor, en el verdadero amor, aunque para llegar al verdadero hay que dar a veces muchas vueltas. Pero hay que apostar por el verdadero continuamente porque es por lo que estamos aquí: para encontrarnos con ese amor de Dios. Ese es el fundamento: Dios es amor, y es por donde hay que empezar la catequesis.
Haber conocido este amor nos hace entrar en la dinámica de este amor. Si no, es imposible. Y habernos creído no que el amor parte de mí y que yo soy la referencia del amor, sino que la referencia del amor está arriba, es Él y creo en ello. Esto es una dinámica que me hace capaz de amar, porque no hago más que recordar cómo me han amado a mí y entonces inmediatamente yo me pongo a amar como me han amado a mí, como Él nos ha amado. Amaos los unos a los otros no como os amáis los unos a los otros a vosotros mismos; amaos los unos a los otros como Yo os he amado.
Vamos a ponerlo en práctica, vamos a vivir así porque cambia todo y para esto hay que estar mirándole a Él, mirando a Jesús porque se nos olvida, pero es verdad que el mundo cambia con esto.


Este es un tema esencial del corazón y de la vida, vamos a agradecer esta página y todas las páginas del evangelio que nos van desglosando y enseñando este amor de Dios.

miércoles, 15 de octubre de 2014

Domingo 12 de octubre 2014

Comentario del evangelio

El evangelio de hoy habla de algo a lo que todos estamos llamados y que es una invitación estupenda, magnífica. Es un banquete de bodas y es el banquete de bodas del Hijo del Rey. Es decir, el Rey pasa la invitación a todos, el Rey ha preparado una fiesta muy grande para el Hijo. El Hijo es el centro de este banquete, pero hay que descubrir a quién se va a invitar a este banquete.
La primera parte es espléndida porque nos muestra a este Rey que manda toda clase de mensajeros y los manda al mundo entero, por todos los caminos, por todos los cruces de los caminos, verdaderamente es un rey generoso. También llama la atención la otra parte de esta parábola que nos habla de los invitados a la boda. Nos muestra que aquellos que van como mensajeros, encuentran que aquellos a los que invitan, tienen mucho que hacer y no pueden ir a la boda, o no aceptan la invitación; otros la acogen con una gran indiferencia que muestra que no les interesa. Además, hay otros al final, en la segunda parte -que para mí bautiza este domingo- que la aceptan y van a este banquete, a esta invitación, pero no tienen en cuenta la invitación y se van a aprovechar del banquete: van a comer aunque no lleven el traje para la boda.
Este es un texto tremendo porque nos habla de una bondad sin límites y universal y de la acogida que tiene esa bondad. Esta parábola es un aviso de que no se nos ha invitado a una fiesta cualquiera, sino que es la fiesta pascual, es la Pascua, es el día de la salvación y esto es todo domingo; es todos los días del cristiano.
Por otro lado, ¿cómo reaccionamos nosotros? ¿Cómo acogemos nosotros esta invitación? ¿Nos aprovechamos de ella y la vivimos de mala manera, aprovechando que estamos dentro y no ponemos nada de nuestra parte? ¿Qué quiere decir la parábola?
Pues que de Dios nunca va a faltar la invitación, pero que sí hay un requisito y ese es la acogida; y que muchos no lo podrán acoger para nada y otros la acogemos medianamente. Es decir, la parábola incide en estas dos cosas: en una gran abundancia para todos, teniendo en cuenta que Jesús se lo está diciendo al pueblo judío y les está recordando la historia. A ellos los han invitado desde hace mucho tiempo con los profetas y los invitarán ahora más porque es Él mismo el que los está invitando. Y ante esa abundancia, encontramos la respuesta del hombre, que Jesús la retiene como insuficiente, es decir que el hombre, por lo que sea, no está acogiendo esta invitación.
Bien, pues vamos a entrar en este domingo mirando y contemplando a este Rey magnífico, a esta Boda a la que hemos sido invitados, a este Esposo, a esta Esposa que es la invitada.
Además, algo más que quiero compartir es que el rey manda a sus servidores salir por segunda vez para convocar a los que no están. En este papel estamos todos nosotros, en el papel de estos servidores que no temen ya ser perseguidos ni maltratados y que sin embargo se tiran a los caminos porque el rey tiene preparado un banquete. Nosotros somos aquellos servidores que tenemos que anunciar que el banquete está servido y que vamos hasta donde Él quiera: a nuestras casas, a nuestras familias, a nuestros lugares de trabajo a anunciar que estamos invitados a un magnífico banquete, a una gran fiesta. Fijaos cómo se presenta el mensaje cristiano, de qué manera tan bella, ¡a una gran fiesta!
Que este domingo sea para nosotros de concentración de este magnífico Rey, de este Esposo que está esperando a los invitados. Por eso nosotros podemos hacer cuentas de ¿cómo me presento yo a esta boda? Los Padres de la Iglesia han visto siempre que incluso los que estamos dentro vivimos una visitación interior y por eso mismo es importante meditar ¿hasta qué punto estamos dispuestos a acoger al Señor? Tenemos nuestras comodidades, nuestros “hasta aquí”; medimos lo que le vamos a dar a Él. ¿Cómo es este trato con Él? Cómo es su presencia del banquete?

Además, también podemos estar llamados a ser servidores y buscar a los que faltan en el banquete. Para ello, tenemos que buscar la palabra, el gesto adecuado para que los que están lejos vuelvan al banquete. Tenemos mucho que hacer porque la cristiandad jamás está en paro, porque la profesión del amor no cesa y hoy también tenemos este quehacer y tenemos la invitación al banquete del Rey.

martes, 23 de septiembre de 2014

Domingo XXV, tiempo ordinario

Evangelio según San Mateo 19,30.20,1-16. 
Jesús dijo a sus discípulos: «Muchos de los primeros serán los últimos, y muchos de los últimos serán los primeros. 
porque el Reino de los Cielos se parece a un propietario que salió muy de madrugada a contratar obreros para trabajar en su viña.
Trató con ellos un denario por día y los envío a su viña.
Volvió a salir a media mañana y, al ver a otros desocupados en la plaza,
les dijo: 'Vayan ustedes también a mi viña y les pagaré lo que sea justo'.
Y ellos fueron. Volvió a salir al mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.
Al caer la tarde salió de nuevo y, encontrando todavía a otros, les dijo: '¿Cómo se han quedado todo el día aquí, sin hacer nada?'.
Ellos les respondieron: 'Nadie nos ha contratado'. Entonces les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.
Al terminar el día, el propietario llamó a su mayordomo y le dijo: 'Llama a los obreros y págales el jornal, comenzando por los últimos y terminando por los primeros'.
Fueron entonces los que habían llegado al caer la tarde y recibieron cada uno un denario.
Llegaron después los primeros, creyendo que iban a recibir algo más, pero recibieron igualmente un denario.
Y al recibirlo, protestaban contra el propietario,
diciendo: 'Estos últimos trabajaron nada más que una hora, y tú les das lo mismo que a nosotros, que hemos soportado el peso del trabajo y el calor durante toda la jornada'.
El propietario respondió a uno de ellos: 'Amigo, no soy injusto contigo, ¿acaso no habíamos tratado en un denario?
Toma lo que es tuyo y vete. Quiero dar a este que llega último lo mismo que a ti.
¿No tengo derecho a disponer de mis bienes como me parece? ¿Por qué tomas a mal que yo sea bueno?'.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos». 
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Comentario 
Quería apuntaros dos cosas de este evangelio que es un evangelio importante por tratar del Reino de los Cielos.
A mí me ha sorprendido el gran protagonista de la parábola que es sin duda este dueño, el propietario de la viña. Es asombroso este propietario que se sale de nuestros límites, de nuestros modos, de nuestras justicias; es algo nuevo y tenemos que atenderle porque nos va a decir algo que es absolutamente desconocido para nosotros. Siempre es desconocido para el corazón humano que es tan limitadito, tan corto y a veces tan mezquino; que tiene un rasero como muy guardadito; está muy bien hecho, muy chiquitito, muy pequeñajo...
El propietario de esta viña es impresionante y merece la pena que estemos en la oración solamente contemplando este detalle que es difícil que pase desapercibido. Se habla de un propietario que al parecer, salió a contratar a primera hora, salió otra vez a media mañana, salió de nuevo hacia mediodía, salió otra vez en la tarde. Esta es la continua atención al hombre. Este propietario, que a primera hora contrata un montón y si le sobra alguno ya le despedirá a la mitad del día, pero que continuamente está saliendo.
Este Dios que está saliendo de sí, ha salido a buscarte.
Lo primero que me asombra es que como dice el texto: ha salido a las horas más importantes del día. El judío habla de siete horas, el romano habla de cinco. Jesús ha cogido las judías, es decir, ha salido a Prima, a Tercia, a Sexta y a Nona - así aparecen cuatro horas - y al final, en la penúltima hora, es decir en Vísperas. Ha salido a todas las horas del día que están contadas, diseñadas, las Horas que son las horas propias en las que el hombre hacía la oración; y en todas ha salido a buscarte.
Por lo tanto, lo primero: la extrema atención de un Dios que continuamente está buscando al ser humano. Vamos a preguntarnos también nosotros si estamos atentos a estas búsquedas, a que Dios sale a todas las horas del día a buscarme. No nos vamos a remitir solamente a las horas de la vida, a los tiempos de la vida, sino a las horas del día: cuántas veces ha salido a buscarme a mí en un día y yo no lo vi, o estaba en otras cosas… Esta es la primera conciencia que habría que tener.
Es un Dios que va a buscar al hombre, un Dios que le busca en todas las horas del día, que le busca en todas las etapas de la vida. Va a buscarte cuando eres joven, cuando eres mediano y cuando eres mayor. No va a desechar una hora humana, siempre va a salir a buscar al hombre.
La siguiente cosa que me llama la atención es que seguramente los de la hora penúltima eran los paganos. Decía: “a los que ya no tiene ni trabajo para ellos”. Es curioso que a última hora del día, al atardecer, vaya y salga a buscar. Va a buscar hasta a los paganos. No remitamos solamente la parábola a estos que vienen a última hora, sino que también a los que se encuentran con Dios a última hora y Dios los acoge. La parábola es muy amplia, habla también de los paganos. Jesús está diciendo que también va a buscar a esos.
Llama la atención esta primera salida: salida a cualquier hora; pero llama también la atención que les va a pagar lo mismo. Dios no tiene una justicia distributiva. Este es el cambio de su justicia a la nuestra que está pendiente de un mérito: has hecho esto, pues entonces te pagaré lo ajustado por lo que has hecho. Dios ajusta el pago, y el pago al hombre es siempre el mismo. Pendiente de su bondad, el pago al hombre no será otra cosa que el Reino de los Cielos. Y ¿cuál será la condición si nos van a dar lo mismo? Pues que a la hora que sea, tú respondas a la proposición con un sí. Esta es la única condición que pone la parábola: que se responda con un sí. Porque Él siempre va a salir a buscar a la hora que sea al ser humano, al desocupado, al que está sin trabajo. Esta es la historia del hombre que todavía no ha encontrado su destino y que Dios le sigue buscando porque le sigue dedicando atención al hombre que ha perdido la jornada. Esto es muy duro porque, sin embargo, todavía no le recrimina sino que le pregunta: ¿estás dispuesto a venir a mi viña? No le interesa si queda mucho trabajo por hacer, sino que lo quiera hacer y por eso pregunta: ¿estás dispuesto a venir a mi viña?
Esta proposición última de los evangelios tan tremenda nos llama a todos la atención. Este buen ladrón que en un momento dado se encuentra con este pago: "hoy mismo estarás en el paraíso". Este es el pago a una proposición: el haberme reconocido aquí en la tierra y aunque en el último instante, la gracia es la misma.
Es impresionante ver esto. Es tocar el corazón de Dios. Dios es así y nosotros no lo somos. Nosotros pagamos méritos. No tenemos el mismo pago siempre, sino que para nosotros depende de cómo nos traten; ni siquiera del valor que tiene. Esto no tiene nada que ver con cómo actúa el hombre, con el corazón del hombre. En cambio, Dios va a ser siempre el mismo.
La parábola pone de manifiesto al gran protagonista: solamente mirándole comprendes que lo otro es una mezquindad. Así nos pone de manifiesto el corazón humano, que realmente es de otra manera; es distributivo y es capaz de pensar y decirse: "¿A ocho horas un denario? ¿Pero cómo? ¿No dijiste que a una hora un denario? Y ¿cómo no dijiste eso?, porque a lo mejor nos habríamos puesto en la hora esa." Si el corazón humano dice eso por el que solamente obtuvo por una hora un denario, es que está pensando que él a lo mejor habría hecho lo mismo; fíjate si es mezquino. Está claro que aquí la parábola ha pillado la pobreza humana que siempre está pensando en el mínimo. Muestra que el corazón humano nunca piensa en el máximo, no piensa por ejemplo en que a lo mejor el precio era excesivo, también incluso para los que a lo mejor trabajaban todo el día. A lo mejor ese denario era mucho para el trabajo de un solo día y no te alegras de que todavía sea más abundante para aquél que llegó a última hora, porque para él seguro que es súper abundante y muestra que no fue rácano contigo. Un denario era a lo mejor el salario de tres jornadas; es decir que el amo había sido a lo mejor bastante generoso con todo el que iba a trabajar. ¿Y al final se queja, cuando estaba perdido, cuando estaba solo en la plaza y ya no tenía a nadie que fuera por él?
Este es el corazón pequeñajo, raquítico, mezquino, envidioso del ser humano. Esta parábola pone en contraste el corazón de Dios y el corazón del hombre y nosotros podemos ver en este espejo cómo es nuestro corazón. ¿Medir con el rasero del corazón de Dios o medir con el rasero del corazón del hombre que siempre está viviendo la insatisfacción y que siempre es poco?
Esto es lo que muestra la parábola en el fondo, que nunca estamos contentos. ¿Por qué no dice en ningún momento la parábola: "Este recibió un denario, pero este también; ¡qué bien un denario; qué contento estoy yo con mi denario!"? Pero no es así, porque si el hombre ha recibido lo mismo que yo, yo no estoy contento con mi denario. Es decir, no hay ni un rasgo de satisfacción por parte del hombre que ha recibido.
La parábola es demoledora; es el corazón humano que solamente está mirando lo que se hace con el otro. ¿Por qué no dejas en paz a este Dios que actúa con el hombre y tú te miras a ti mismo? Es una parábola que corta un pelo en diez.
Durante esta semana vamos a pensar en esto: que Dios llama no cuando quiere, porque a lo mejor Él querría habernos tenido a todos en Tercia y en Prima, pero es insistente. Es impresionante lo que muestra esta parábola : que vuelve a salir y vuelve a salir a media mañana, a mediodía, por la tarde, al atardecer, al anochecer… Esto es un obrero, esto no es un propietario. Esto es un obrero de los viñadores. Es un Dios que no cesa en el día a día, en toda nuestra existencia de llamar a aquellos que no le conocen, a muchas naciones, y tiene la misma misericordia para el que encuentra a Prima y para el que le va a encontrar a última hora. Esto es lo que no puede entender el que reciba el mismo salario y que a lo mejor parezca el mayor: esta es la generosidad de Dios. Vamos a quedarnos contemplando esto, este Señor que siempre nos busca y busca a toda hora. Y vamos a contemplar también este diario encuentro. ¿Yo me encuentro con Él?
Y además vamos a pensar en este corazón humano que siempre está en alarma - esto es una cosa increíble - para pensar que no se hace justicia con él. Es increíble la profesión a abogacía que tenemos todos los seres humanos. Esta justicia distributiva que nunca reconocemos en Dios y que parece que Dios siempre lo hace mal. Cuando los hombres entre nosotros nos manipulamos de tal manera que acabamos haciendo lo que a mí me apetece, desautorizamos. Estamos perdiendo las relaciones, estamos matando la libertad. Cuando nos recriminamos entre nosotros y sobre lo que me dan y lo que no me dan, con esa justicia distributiva que yo creo que tienen que hacer conmigo y siempre, siempre juzgo hacia la baja con una gran insatisfacción y nunca generosamente con lo que me dan. Y me parece más lo que me quitan que lo que me dan, a todos los niveles de la vida. Cuando siempre me parece escaso lo que me da el otro. Hay que tener mucho cuidado porque está el corazón mezquino del hombre respondiendo; mientras que Dios no actúa así. A Dios le parece siempre suficiente lo que le da hasta el que trabaja para Él una hora; un segundo le parece suficiente.

Vamos a cuestionarnos esta semana: ¿por qué parece que nunca estoy contento con lo que me hacen?, ¿por qué parece que siempre tengo una insatisfacción, cuando puedo valorar lo que me dan como este Dios que me da siempre? Así generaríamos relaciones de muchísima gratuidad y de muchísima gratitud, relaciones muy felices porque siempre sería demasiado; siempre me están dando más de lo que merezco. Esto es hacer lo que Él hace.