martes, 11 de noviembre de 2014

Semana XXXII - Tiempo ordinario

Evangelio según San Juan (2,13-22)
Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén. 
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo: «Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»
Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.» 
Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron: «¿Qué signos nos muestras para obrar así?»
Jesús contestó: «Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»
Los judíos replicaron: «Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

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Hoy se nos habla en el evangelio de tres casas: la primera es la casa de Dios y esta a su vez reúne también otras casas, como nos dice el comentario tan bonito que encontramos en el Magníficat; pero además está la casa del pueblo y la casa de la Iglesia. Una es la casa donde nos reunimos, que es la imagen de Dios pero que es también la imagen del hombre redimido. Otra es la casa de la Iglesia y otra es la casa donde va a morar Dios en el hombre y que es el propio hombre como nos lo recuerda Pablo: “Todos somos templos de Dios”. Ese otro templo, esa otra casa es el cuerpo del Hijo del hombre que se constituye como templo. Estas son las tres casas que tenemos que contemplar.

La reacción que tiene Jesús está interpretada por los evangelistas como el celo por la casa del Padre. Es ese celo por el lugar que Dios habita que es el templo de Jerusalén, lo físico, lo que se ve que está invadido por los mercaderes. Por otra parte, también era normal que estuvieran porque era la Pascua judía y tenían que vender y cambiar para obtener el dinero que se tiene que dar al templo. Había animales porque había que hacer las purificaciones justamente comprando animales. Por lo tanto, ¿qué es lo que pasa para que Jesús se ponga así? ¿Por qué vemos esa violencia que los evangelistas justifican como celo?

Pues justamente nos encontramos con esta violencia necesaria porque el templo se había convertido en la cosa que lo había invadido. Jesús se queja de que el templo se había convertido no en un lugar de adoración y de oración sino en un lugar de compra y venta. Es decir, había habido un cambio absoluto y eso puede pasar también en este templo nuestro que es el templo donde Dios habita.

La primera cosa que quería decir es que cuando esto sucede - porque a veces en este templo nuestro también tenemos muchos mercados mucho lío y poca adoración, y al que habita lo tenemos secuestrado o le hemos tapado y olvidado con todas esas cosas que hemos ido metiendo en este templo - entonces ¿nosotros tenemos esta actitud también tan seria con este templo?

Porque lo que nos revela este evangelio es que el Señor no va a pactar con que el templo, la casa del Padre se convierta en una casa de todo lo contrario a lo que es; con eso no pacta y eso se ve claro. Pero ¿nosotros pactamos? ¿Cuántas veces este templo que somos nosotros mismos lo convertimos en otra cosa y nos quedamos tan tranquilos? O por el contrario ¿nos hemos tomado muy en serio esta inhabitación del Señor en cada uno de nosotros y en los hermanos? Y eso ¿lo trabajamos, lo luchamos? ¿Somos capaces de coger esas riendas de animales que dice que coge y fustigarnos para que este templo de Dios sea templo de Dios y no otra cosa? ¿Esa violencia que vemos en el Hijo del hombre la realizamos también en este templo? Porque a lo mejor cuando yo leo este capítulo pienso: ¡qué barbaridad! ¡Cómo se pone, mira que ponerse así…!

Pero nos pasa que a veces nos vamos haciendo tan blanditos con todo, empezando por nosotros mismos… Tanto así, que todo acto de violencia, aunque a veces sea sana y necesaria, ya nos resulta excesivo. A lo mejor necesitamos también utilizar con nosotros mismos una violencia. El reino de los cielos será de violentos, y esto nos llama la atención y nos preguntamos: ¿pero no era de los pacíficos? De los violentos quiere decir que hablamos de aquellos que no pactan con el mal, de aquellos que no van a pactar con la envidia, no van a pactar con el odio, no van a pactar con tantas y tantas cosas que a veces invaden nuestro corazón y que no nos dejan albergar al verdadero Dios y terminamos adorando a otros dioses. ¡No voy a pactar con la comodidad, ni con la ambición! Nosotros ¿hacemos esa violencia? Y no me estoy refiriendo a coger ahora como se hacía antiguamente un látigo, no me refiero a esa violencia sino a la violencia interior donde doblegamos este YO a veces tan ambicioso, tan cómodo, tan flojo que nos hace muy mundanos; que estamos en medio de todas las situaciones y que en ellas nos encontramos que estamos a gusto con este YO al centro. Esta imagen de Jesús que impacta mucho y que a veces nos hace ponerle en interrogante y cuestionarnos: Pero bueno, Jesús, nosotros nunca te vimos así; y nosotros ¿nos vemos así alguna vez contra nosotros? Porque sé que con los otros lo podemos hacer, con los otros no hay problema para hacerlo, pero con nosotros a veces somos más benévolos y tenemos más justificaciones. Las justificaciones de los otros no las conocemos y pocas veces nos preguntamos, pero con nosotros hay un diálogo tan reconocible que no es raro que no haya ninguna violencia.

Yo os propongo que hoy esta imagen de Jesús la incorporemos en nosotros y digamos: A ver, ¡basta ya que siempre te defiendes a ti mismo y a ti misma! Vamos a ponerte un poquito en entredicho porque siempre te sales con tu razón y siempre tú tienes la razón de todas tus actitudes que quedan plenamente justificadas: mi mal genio, el malestar, la cara que pones a alguien que no te ha satisfecho, el no sé qué… y todo queda justificado.

Bueno, pues vamos a ponernos en entredicho. Vamos a ver la imagen de Jesús, y recordar que de vez en cuando me hace falta a mí también meterme en un poquito de violencia contra mí mismo y ponerme en entredicho; porque ¡ya está bien! ¡No tienes siempre la razón ¡No actúas siempre bien! ¡Esto, merece que lo revises! ¡Sé un poquito más serio!

Yo creo que nos viene bien a veces ser violento con nosotros mismos. No sé si os ha pasado alguna vez que contra nosotros mismos hemos tenido que dar un golpe en la mesa y hemos dicho: ¡Se terminó! Ya está bien! A lo mejor no te ha visto nadie ni le has dado en la mesa de ninguna parte, pero tú interiormente te has dicho: ¡Hasta aquí! Pero bueno, vamos a ver, ¿hasta cuándo voy a ser yo quien mande en esta vida? Atended un poco a esta sana violencia.

Y por último, el texto es muy bonito porque los discípulos interpretan que Jesús está hablando de su propio cuerpo, esta casa de Dios, este cuerpo suyo que va a ser destrozado y luego va a ser invadido por la fuerza del Espíritu que le va a volver a levantar en tres días. Contemplad también lo que hacemos con el cuerpo de Cristo, contemplad lo que este mundo está haciendo con el cuerpo de Cristo en sus mártires, en todo medio Oriente que están muriendo cristianos por defender la fe, contemplad lo que se hace con el cuerpo de Cristo en nuestro ambiente, esta vida fácil que llevamos donde el cuerpo de Cristo no es tenido en cuenta y que está cada vez crucificado. Vamos a atender a este cuerpo que es el nuestro y coger las riendas y con compasión, con misericordia contemplar el cuerpo de Cristo que está hoy también invadido de mercaderes y que en algunos pueblos los están matando en grupo.



Hoy es un día grande, es el día de la dedicación de la Basílica de Letrán, la primera de las basílicas, la madre de todas las basílicas, donde estuvo el Papa antes del Vaticano en la colina Lateranense. Vamos a concentrar la mirada y pedir también por el Papa, por la Iglesia universal por esta Iglesia a la que el Señor le prometió que nada la podrá derrotar.